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viernes, 19 de febrero de 2016

Murakami el hipnótico



Debo admitirlo, una de las decepciones más grandes que he tenido en el terreno de la literatura lleva por nombre Haruki Murakami

En principio adentrarme en la literatura de este hombre no me llamaba para nada la atención, pero, espoleado por las numerosas recomendaciones, aplastado por la descomunal fama de sus novelas, sensibilizado por los ojos de perrito con pena con que aparece en las fotos (ver foto), agobiado por las conversaciones de pasillo que siempre contenían un Murakami dicho como en un susurro, como si de una palabra clave se tratase, al final acabé por preguntarme: ¿pero qué hago yo sin leer a este milagro?, ¿qué hago yo tan perdido, tan lejos del círculo sagrado?



Y aunque elegido el título ("Tokio blues") y ya montado en el "vale, de acuerdo, se lee" he de reconocer que la apuesta inicial fue baja y sin muchas ilusiones. El motivo es muy sencillo; siento una profunda desconfianza hacia las novelas que gustan a todo el mundo por idénticas razones. 

La estructura bien definida que forman los lectores de toda novela cuántos son, quiénes son, qué hábitos tienen, revelan cosas a cerca de la novela y de su escritor, así como las novelas que leemos dicen cosas a cerca de nosotros. Y por regla general, las novelas que enloquecen a todo el mundo suelen llenar vacíos colectivos, y sólo pueden explicar la estructura de sus lectores porque su trama casi siempre se mueve, camina, corre, danza o vuela, cerca, dentro o encima de un lugar común y casi siempre desde la superficie, pocas veces desde la profundidad. 

Las novelas que enloquecen a todo el mundo suelen no profundizar en nada, transitan por carreteras seguras con barreras de contención, teléfonos de emergencia cada 100 metros y donde la velocidad máxima no supera los 50 o 60 kilómetros por hora en días sin lluvia, carreteras en las que no hay riesgo y que por tanto no comprometen ninguna parte vital del escritor (ni del lector). Y desde mi opinión, la literatura sin riesgo, sin mojarse el culo, es como beber descafeinado, comer salsa de tomates sin tomates o beber wisky sin alcohol. Es decir, algo que se parece, pero que definitivamente no es.

Correcto...También hay una peli
En fin, el caso es que, a pesar de mis reticencias y suspicacias, hace unos dos años decidí leer una de las novelas más conocidas de Murakami, y comprobé que no es la excepción a la regla de las novelas que pirran a todo el mundo. 

Tokio Blues narra la historia de un adolescente que traspasa la barrera hacia la juventud a partir de un hecho impactante. Hecho que se transforma en el hilo conductor de la trama, que le da forma y sentido, el adhesivo que mantiene unidos a los personajes y que tiñe sus vidas de colores que transitan entre el violeta del final de la adolescencia, el azul de la melancolía y el rojoanaranjado de la pasión juvenil. Negro, poco. Mucho muerto y poca muerte, porque si hubo algo en lo que Murakami no se cortó un pelo fue a la hora de matar personajes, en Tokio Blues hay muertos para parar un tren, tantos, que sorprende que en el Tokio de los setenta quedasen adolescentes vivos. Y sin embargo la muerte la profundidad de la muerte, el color de la muerte, el vacío de la muerte aparece poco, como de refilón, sin que el autor quisiera (o pudiera) sumergirse en ella. Los muertos son utilizados como un recurso para mantener el interés en una historia que a medida que avanza se vuelve cada vez más anodina y flojita. Mucha página de relleno, un protagonista indeciblemente plasta, perdido, desarticulado, situaciones forzadas con tufillo de melancolía juvenil e informe que jamás decanta para transformarse en algo. Que se queda flotando todo el tiempo.

De la prosa hipnótica que se le atribuye a Murakami (y que fue, en parte, el caramelo que me hizo picar a la lectura), en Tokio Blues, yo no vi ni rastro. Tal vez en las cincuenta primeras páginas, cuando el narrador relata la vida cotidiana del protagonista, haya algo de ese deseo espontáneo de seguir leyendo al que te inducen los grandes autores, que aunque no te cuenten nada, aunque no sepas por qué, aunque no haya signo ni síntoma que justifique el continuar con la lectura, uno sigue incansable detrás del rastro; de eso, puede que lo hubiera en un principio, pero más allá de esas primeras páginas la fuerza se pierde para disgregarse en una secuencia de acciones que al menos a mí jamás llegaron a interesarme.

Y un año después de Tokio Blues, y para no rendirme así a la primera, vino 1Q84 que no está mal, pero que tampoco está bien y seis meses más tarde Los años de peregrinación del chico sin color otra mariconada muy similar a Tokio Blues en forma y fondo, en aburrimiento superlativo, en giros esperados, en dobleces manidos, en escenas romanticonas, en misterios que se resuelven en el último capítulo, en adolescentes perdidos que luego se transforman en adultos perdidos esperando que algo (ese click que hace el universo murakaniano al recomponer o ajustar las cosas), ponga en orden sus vidas. 

Y, hace unos cuantos días y cuando iba a meterme (sólo Dios sabe por qué extraña razón), en la lectura de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo y leí la primera página y pasé a la segunda y vi que el protagonista era, otra vez, un hombre con vida ordenada y aburrida, con un gato perdido y a punto de enredarse en una de esas típicas conversaciones telefónicas en plan Murakami esas donde nadie dice nada o donde todo el mundo dice cosas a simple vista la mar de corrientes, pero detrás de las cuales (y según los más entusiastas seguidores de Murakami), se están desentrañando las más oscuras interrogantes del alma humana, me he preguntado de golpe ¡¿pero por qué?!, ¿por qué sigo leyendo esto?, ¿por qué sigo leyendo a este

Y de mi ofuscación ante mis propias respuestas nació la venta online de los cinco ejemplares de novelas de Murakami que hay por casa, y esta entrada, que no la tenía yo planeada porque iba a pasar olímpicamente de este escritor, pero que al igual que sigo sin saber cómo acabé leyendo cuatro novelas más luego Tokio Blues, tampoco sé por qué he acabado escribiendo. 

Al final, sí que va a tener algo de hipnótico el hombre...


2 comentarios:

  1. Supongo que estoy de acuerdo contigo, aunque mi experiencia con Murakami es bastante diferente. La primera obra suya que leí fue precisamente Crónica del pájaro...., y confieso que me deslumbró. Luego seguí con otros de sus libros y... sí. Muchos gatos, muchos pozos y muchas adolescentes enigmáticas.
    Tokio Blues me pareció muy flojita, y no me explico el increíble éxito que tuvo, pero hace poco leí una de sus obras tempranas, y creo que todavía tienen la frescura y originalidad del que no ha empezado a repetirse. No obstante, dudo que Murakami y yo volvamos a encontrarnos.
    Saludos.

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    1. Por eso yo había decidido jamás dar ninguna opinión acerca de Murakami. Para mi se ha transformado en uno de esos escritores trampa: no sé si yo quien lo ha cogido con mal pie, o es que definitivamente está sobrevalorado. Y mira, sin ir más lejos creo que en tu blog (o en algún blog) leí eso de que la "Crónica del pájaro..." era una de sus mejores novelas y eso me llevó a intentar la lectura, pero fue empezar y ver que los tiros iban por el mismo sitio y me rendí en el acto. Pfff...igual debí leer ese primero antes que Tokio Blues...quien sabe. En fin, es raro este Murakami. Gracias por la visita

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