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domingo, 10 de abril de 2016

Mientras agonizo (William Faulkner)


Novela polifónica, novela de voces, novela coral, tales son los nombres con los que se ha designado al conjunto de miradas que se reflejan sobre una realidad con tal de describirla. El  monólogo interior como devaneo de la mente sin más límite ni censura que la propia autojustificación; tales fueron las herramientas utilizadas por William Faulkner para conseguir la gran novela que es esta novela. 

A través de sus cincuenta y nueve monólogos interiores se narra la odisea de los Bundren, una familia de campesinos pobres que habrá de luchar, contra fuego y marea, para cumplir con el último y tiránico deseo de la madre, Addie Bundren

A partir de una idea poco pretenciosa (trasladar el cadáver hasta un cementerio de Jefferson), el relato se transforma en la presentación minuciosa de la realidad más cotidiana y atemporal, abarca a través de metáforas la multitud de escenarios en los que tienen lugar los actos humanos. 


Los monólogos se construyen a partir de las diversas miradas; de los más cercanos a la familia, de observadores ocasionales, del padre (Anse Bundren) y de los cinco hijos; Cash, Darl, Jewel, Dewey DellVardaman. Intercalados en un solapamiento de recuerdos, escenarios y tiempos narrativos, cada narración es un elemento que contribuye a la complejidad  y a la sensación de profundidad que caracterizan a esta novela; los hechos se trastocan bajo la mirada de quien, en su momento, hace las veces de narrador. 

Y entonces cuando ya hemos aceptado la propuesta del monólogo interior y hemos descartado la presencia de un narrador común a todos los hechos, Faulkner nos sorprende con una nueva virguería; uno de los hijos, Darl, como narrador omnipresente, Darl describiendo en todos sus detalles una escena de la que no pudo formar parte porque no estaba presente cuando ésta tenía lugar. Darl no podía conocer los movimientos de los personajes, sus expresiones, sus rostros afectados y sin embargo lo sabe y lo experimenta todo, cada movimiento, cada pensamiento, cada acción secreta en busca de un objetivo. 


Comienza el relato con la madre Addie Bundren moribunda supervisando desde su cama los esfuerzos de Cash, el hijo carpintero, por acabar el ataúd que contendrá sus restos. En su cuarto espera. A través de la ventana abierta le llega el sonido; Cash serrando la madera, clavando las junturas. Cuando ya no es más que un pequeño montón de huesos y piel, Addie Bundren resiste, obstinada y al asecho. Con su último aliento se incorpora hacia la ventana y llama Cash con una voz entera y resuelta; éste levanta los maderos para enseñar a su madre la disposición que tendrá cada pieza una vez que el ataúd esté montado, y entonces, sólo cuando está segura de que se han cumplido sus deseos, Addie Bundren se extingue. Se evidencia entonces el poder macabro que esta mujer ejerce sobre la familia, un poder que se extiende más allá de la muerte al exigirles la titánica tarea de transportar sus restos lejos de casa. 

Los muertos, ya se sabe, terminan pavimentando el camino de los vivos, y Addie Bundren siempre tuvo vocación de muerto en el escenario de sus vidas. Un muerto terrible endurecido por el dolor y carcomido por la culpa, que no escatimaba ocasión de castigar y odiar, de hacer sangrar a otros por el descontento de su propia existencia. Dice Addie en su único monólogo a mitad de la novela; 


"Me acuerdo que mi padre siempre decía que la razón de vivir era prepararse a estar mucho tiempo muerto. Y como yo tenía que mirarlos un día tras otro, cada cual con su secreto y su pensamiento egoísta, y con la sangre extraña a la sangre del otro y a la mía, y pensaba que al parecer para mí ese era el único modo de prepararme para estar muerta, odiaba a mi padre por haber tenido la idea de engendrarme. No veía la hora de que cometieran una falta para poder azotarlos. Cuando caía el látigo lo sentía en mi carne; cuando abría y laceraba la que corría era mi sangre, y con cada latigazo pensaba: ¡Ahora os enteráis de que existo! Ya soy algo en vuestra vida secreta y egoísta, ahora que os he marcado la sangre con mi sangre para siempre..."


La percepción juega un papel fundamental; olores, sonidos, el tacto de los objetos al roce de las manos, la visión como sentido y como metáfora del pensamiento. Los diálogos cumplen, en la mayoría de los casos, un papel meramente funcional; intención comunicativa destinada a ejecutar breves acciones con una finalidad inmediata. 

El análisis en tanto ocurre desde el interior, los personajes se adentran en los estados emocionales de los otros a través del cruce de las miradas, de las posiciones de los cuerpos, del tiempo que transcurre entre una acción y la siguiente. 

Darl, poseedor de una inquietante sensibilidad, descubre los secretos de quienes le rodean a través de la mirada; él sabe que Jewel no es hijo de Anse, sabe que Dewey Dell está embarazada, lo leyó en el favoritismo de Addie hacia el hijo natural, en la penetrante y desesperada mirada de Dewey Dell. 


Los sucesos, son, en su mayoría, simbólicos; el cuerpo puesto de cabeza en el ataúd, Vardaman transfigurando a su madre en un pez, el empeño de Jewel por dominar la salvaje furia de un caballo, Dewey Dell ansiosa por eliminar de su vientre el único impulso de vida en un escenario que, aunque rodeado de la naturaleza más salvaje, tiende al peso y a la inmovilidad, al barro empantanando las ruedas de la carreta. El agua, de común asociada a la reconstitución y la vida, se transforma en un manto denso e inexpugnable, una masa que se enrolla sobre los personajes, que dificulta su avance, que se esfuerza por impedir la huida de los huesos de Addie Bundren.

Ya superado el primer tercio de la novela el ritmo pausado de los monólogos
previos a la muerte va dando paso a una sinfonía en la que todo crece; la adversidad, el cause de las aguas, el hedor. Un hedor al que nadie hace referencia pero que aumenta a medida que el cuerpo resiste a la lluvia, a una zambullida en el río, al paso de las horas al azote implacable del calor, a los zopilotes que se apiñan describiendo pequeños círculos sobre sus cabezas; ayer eran cuatro, hoy son diez. 

La tensión entre el padre y los hijos, entre ellos y cada personaje que aparece en el camino, aumenta a cada kilómetro que avanzan. En un punto parece evidente que los Bundren han perdido por completo la razón; se niegan a recibir la ayuda que otros se ven obligados a ofrecerla, se exponen, como niños cabezotas, a peligros que bien podrían costarles la vida. En un arrebato de estupidez bañan de cemento la pierna herida y sangrante de Cash, con Vardaman espantando a los zopilotes, corriendo tras ellos como un loco a pleno sol. 

Somos testigos de lo que ocurre, pero estamos lejos de comprender la verdadera magnitud de los hechos; a un día de camino de Jefferson, cuando el cuerpo lleva más de ocho días en el ataúd, los Bundren se detienen en un pueblo cercano, son un verdadero espectáculo; espantan a la gente con el hedor, con su aspecto de vagabundos, temen, los habitantes del pueblo, que la desvencijada carreta se despedace antes de salir de sus calles. Tal es el aspecto que ofrecen los Bundren una vez fuera del pequeño condado imaginario de Yoknapatawpha en que habitan, dentro de la realidad que habitamos nosotros.

Hacia el final sus verdaderas motivaciones aparecen más claras a los ojos del lector; Anse se revela como un ser detestable en su cobardía y su interés, Jewel como el enemigo declarado e irreconciliable de Darl, capaz de provocar el peor de los daños sin el menor remordimiento, Dewey Dell como una chica desesperada y crédula, Darl, como el eslabón más sensible de una cadena que no tardará en romperse para él. El viaje sirve para descubrirles, para revelar más allá del empeño por enterrar a la madre, las razones íntimas que impulsan a cada uno a llevar a cabo aquella descabellada odisea. 
  
En la antítesis de las cinco partes de "El ruido y la Furia" intensas, cerradas, torrenciales, en "Mientras agonizo" parece primar la necesidad de ser breve, de apuntar al hueso en un golpe único como reflejo de unas vidas hechas únicamente para la sencillez de ser vividas y sobrevividas. Ninguna frase sobra, todo apunta a un objetivo determinado, la belleza asoma sin esfuerzo y nos arrastra en una ironía tragicómica en un conjunto de sucesos que son emoción salvaje, pura intuición.

Les hemos observado durante toda la odisea, no hemos parado de preguntarnos por qué. A través del sentido común hemos establecido las cómodas distancias entre ellos y nosotros, pero al final, cuando todas las piezas de su historia están montadas y dispuestas al observador, no podemos evitar ciertas preguntas; ¿no son sus secretos, la fuerza que mueve sus acciones, muy parecidos a los nuestros?, ¿no son los mismos deseos e intereses los que, matizados y racionalizados, guían nuestras vidas?, ¿somos al final tan diferentes de esa familia de pobres orgullosos que arrastra por una tierra indómita un cadáver durante nueve días?
"¡Hay que ver como se desflecan nuestras vidas en la quietud, en el silencio; como se deshilachan esos gestos de hastío que, una y otra vez, vuelven a nosotros con su tedio de siempre!. Ecos de viejos acordes que se dijera arrancados por unos brazos sin manos a unos instrumentos sin cuerdas. Al ponerse el sol adoptamos actitudes furiosas, gestos muertos de marionetas [...] ¡Ojalá pudiera desflecarse uno en el tiempo! ¡Qué agradable sería! ¡Qué agradable sería deshacerse uno, como en hilachas, en el tiempo!


2 comentarios:

  1. ¿Somos al final tan diferentes de los Bundren? No, no lo somos. Si se rompieran los tenues hilos que nos unen a la "realidad" y a la rutina nuestro comportamiento se volvería errático y aparentemente irracional. Muerta la madre, el elemento vertebrador del grupo, la familia inicia una huída hacia adelante, un dantesco viaje a ninguna parte. El cemento que cubre la pierna herida simboliza el afán de ocultar el trauma de la pérdida y de la alienación. El intento de curar lo incurable. Quizás es tu mejor artículo hasta ahora.

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    1. Los intereses personales nunca quedan más justificados que ante una desgracia. A través de ellas podemos permitirnos egoísmos que la férrea moral de "buenas personas" jamás nos permitirían. Los Bundren aprovechan el viaje a Jefferson para resolver asuntos personales, materiales y emocionales. El cadáver como excusa. Me alegra que la reseña te gustara. Reseñar una obra con tanto simbolismo, con tantos elementos técnicos, tan rica desde lo metafísico es un verdadero desafío. Confía uno en haber leído medianamente bien. Saludos y muchas gracias por seguir leyendo.

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