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sábado, 2 de abril de 2016

George y Vivian (John Updike)

No inmediatamente después pero sí muy cerca de Cheever, aparece Updike como un chispazo. Updike, la imagen de Updike, la estatura de Updike, su elegante amabilidad. La cara de Updike sonriendo con la cabeza enfundada en un gorro de lana que le cubre hasta las cejas. 

John Updike es el creador de una serie de novelas y personajes inolvidables a los que se suman cuentos, ensayos y una larga lista de trabajos relacionados con la literatura y la crítica. Está considerado dentro de los grandes escritores estadounidenses, de esos que hay que leer si uno quiere hacerse una idea de cómo se hilan las cosas en el universo literario de esa parte del mundo. 

George y Vivian es uno de los cuentos incluidos en el volumen "Lo que queda por vivir"  (The afterlife and other stories, 1994), un cuento que me encanta no sólo por lo que dice sino también, y sobre todo, por cómo lo dice.  A través de una prosa siempre cuidada, inteligente, medida, pesada, y sí, también y como muchos opinan, bastante conservadora, Updike nos recuerda que en los hechos cotidianos siempre hay cabida para inesperados contactos con la belleza, lo supremo y lo inevitable. Epifanías que nos ayudan a entender de qué va realmente esto que llamamos estar vivos...








Nadie quiere envejecer. A nadie le gusta la idea de un mundo en veloz regeneración, una que va dejando tras de sí las muestras fosilizadas de las generaciones pasadas; nosotros. 

Y los viajes, por alguna razón, reviven la ilusión de juventud, el deseo de seguir vigentes. 

George y Vivian Allenson (ella casi cuarenta, él casi sesenta) recorren en un Fiat los primorosos rincones de la región del Veneto. George, lanzado como va, conduce como un loco; adelanta, aumenta la velocidad, se resiste a la ruta marcada en el mapa, lleva al límite las reservas del depósito. Sale a la carretera marcha atrás. George ha decidido dejar las pastillas para la tensión en casa; se alegra fugazmente por su renovada energía sexual, busca olvidar algo en las carreteras de Verona, en los pequeños pueblos donde se detienen brevemente a caminar y curiosear, como dos exploradores perdidos en un mundo habitado por niños. En Sirmione sin embargo experimenta su primer reencuentro con la realidad...


"Catulo había veraneado allí, según les informó un monumento en el muelle [...] Cuando George cerró los ojos y alzó la cara al sol, tuvo una sensación de mareo, como de estar en el andamio del hombre mayor, colgado a una altura de matarse, a miles de millas de casa, en un pequeño planeta azul, y que pronto estaría muerto, tan muerto como Catulo, y cesaría su consciencia, su consciencia del sol y de la sombra, de las voces de los niños excitados que les rodeaban. Su breve vida no tenía ningún objeto, y su compañera no era ningún consuelo"

Los mejores momentos parecen haber quedado atrás. En una de las curvas, cuando la fricción forzada amenaza con derretir las ruedas del pequeño Fiat, George recuerda su breve contacto con un tipo de belleza ya inalcanzable para él; la imagen de una joven japonesa llena su memoria. 

Por lo bajo del precio del dolar, George y Vivian no pueden subir a las góndolas, han de contentarse con observar su encantador desplazamiento desde la orilla. Otros alcanzarán el mito, más ellos no. La imagen de la joven "tan bella, tan lejos de su país" se fija dolorosamente en sus pensamientos...


"No! Wait!. Aquellas dos sílabas en inglés. Algo así como un grito en una lengua que George sólo entendiera a medias, rebosaban una angustia dulce que electrizó el aire y paralizó cualquier otro movimiento. La joven, alta para su raza, con un vestido blanquísimo y su pelo, completamente negro, lacio y brillante en la media luz, corrió por el enlosado del borde del canal mientras los gondoleros se llamaban unos a otros como pájaros que despiertan [] El y ella extendieron el brazo hasta darse la mano mientras se alzaba una música imaginaria, y la japonesa, con aquella voz electrizante y llena de pasión, dijo en aquel idioma que no era el de ninguno de los dos "Your mon-ey". Una propina. [] Aquel grito le estuvo vibrando a George en los huesos hasta que por fin se durmió en la cama del hotel"

Complejo de edificios del Vittoriale degli italiani
El viaje de Geroge y Vivian acaba en el Victorial de los italianos (Vittoriale degli italiani) a orillas del lago Garda. Una visita que si pueden pagar. 

Al interior de la obra soñada por D'Annunzio, George vislumbra su futuro, se conmueve ante la imagen de los trece sarcófagos de mármol, pero Vivian se niega a una rendición que para ella aún es temprana. 

Ante la visión prospectiva que tiene George de su propia muerte Vivian explota en un arrebato descontrolado. Su frustración emerge recordando a George viejos deslices, haciendo incorrectas evocaciones de historia, trayendo al terreno del matrimonio vencido los lances de la segunda guerra mundial, echándole en cara la sincronía de la que George y Claire (su ex-mujer) parecían disfrutar en esos terrenos. "Echando chispas por sus ojos oscuros" Vivian vuelve al coche y George le sigue tratando de hacer nuevas concesiones. 

De regreso al hotel George y Vivian renuevan el amor llenando el depósito, volviendo a la normalidad del matrimonio que, después de todo, lucha por mantenerse a flote aferrado a los pequeños rituales de la vida cotidiana.

Los pensamientos y evocaciones de George sobrepasan la traducción sencilla de un viaje hecho en pareja, nos adentran en la mentalidad de un hombre que se reconoce ya en el final de su trayecto. Y a la hora del cierre, tal vez como una metáfora de la dificultad para aceptar la complejidad dolorosamente sencilla de la existencia, George expone su propia incapacidad para entender los códigos sobre los que se estructura la vieja Italia; "Este es un país duro. Ni siquiera los nativos lo entienden".

La prosa rigurosa e inteligente de Updike convierten a este cuento lo convierten en una recomendación de lectura excepcional y capital, porque está repleto de mensajes entre líneas. Tal vez por eso el título no sea "Viaje a Verona" o "Fuera de casa", sino "George y Vivian" una radiografía de los pequeños cambios, de los desplazamientos milimétricos de la vida al final de la vida, de la incapacidad de desprendernos, así por las buenas, de eso que llamamos existencia.



2 comentarios:

  1. Ciertamente, nadie quiere convertirse en un fósil. El dinamismo del viaje combate, al menos en términos psicológicos, la quietud perenne de la desaparición. Siempre es lo mismo: ese afán de eternidad que habita en nosotros. ¿Eternidad para qué y para hacer qué? Casi seguro que ninguna existencia merece sobrevivir siempre, pero aún así queremos permanecer sin tener un objetivo claro de porque lo pretendemos. Alguien podría decir: lo queremos porque la vida es excitante. Afirmación tan falsa en su totalidad como sostener que el arte regenera moralmente a las personas. Supongo que a algo debemos aferrarnos para flotar en ese inmenso mar de la incertidumbre. El viaje no nos rejuvenece, pero al menos distrae.

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    1. Jaja..."¿eternidad para qué y para hacer qué?" una frase que reconozco plenamente de tu cosecha "A ver...¿para qué quieres tú tanta eternidad?" increpando con la mirada a un ser (o sera) que se resiste a desaparecer calladamente de este mundo, a dejar de dar la vara. Pues sí, nos resistimos a envejecer y a morir, deseamos estar vigentes, queremos tener más vida, aunque, en la mayoría de los casos, esta sólo nos sirva para ir por allí, haciendo bulto. Gracias por tu comentario y me quedo con la frase, la podré en práctica a la primera que se de el caso.

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