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lunes, 29 de junio de 2015

Las partículas elementales (1998), Michel Houellebeq

Uno escucha muchas cosas de ciertos escritores. De Murakami por ejemplo se dice que es profundo, que es hipnótico, que su prosa es casi mística, que pertenece a esa clase de escritores que sólo pueden producir dos reacciones en los lectores; un amor desenfrenado o un odio incisivo. Y yo creo que no. Yo creo que hay quienes podrían amar a Murakami con locura, pero para lo segundo, para lo de provocar odio a niveles incisivos habría que ser un escritor muy diferente del que es el japonés...Un escritor como Houellebecq por ejemplo; un señor que se comporta muy raro en las entrevistas, que no es precisamente amable con la prensa, que escribe novelas que abundan en descripciones desoladoras y casi siempre muy gráficas sobre temas como el sexo, la decadencia, la muerte, y del que nunca se sabe a ciencia cierta dónde acaba el escritor y dónde comienza el narrador. 

Un señor, en resumen, que jamás se haría una foto acariciando gentilmente a un gato (vivo). 


Para quien no lo sepa Houellebecq es un escritor francés que ostenta uno de los prontuarios más nutridos de la narrativa contemporánea: en su larga lista de cargos figuran el racismo, la misoginia, la islamofóbia. Y de esto último sabe un rato largo. Basta recordar que justo en medio de la promoción de su última novela Sumisión (Anagrama, 2015), Houellebecq se vio obligado a coger el primer vuelo disponible con destino a un lugar far far away, por temor a que hicieran con él lo mismo que habían hecho con los creativos de la revista Charlie Hebdo por esas mismas fechas. Así que, ante las dudas y el temor, Houellebecq que es un irreverente pero que tampoco es tonto salió rápidamente de Francia para acabar declarando al periódico italiano Il Corriere della Sera de que "tenía mucho miedo". 
Pero más allá de eso, del efecto y el efectismo que son marca indiscutible de la casaHouellebecq esconde rincones mucho más oscuros y mucho, pero mucho más interesantes. Houellebecq por ejemplo sabe de carencias, sabe de infancias que no son precisamente para recordar, sabe que la vida puede ser muy chunga, sabe de haberla pasado mal. Houellebecq, sí, conoce muy bien el aspecto que tiene la luna a través de las ventanas de un manicomio.

¿Qué es Las partículas elementales?
Las partículas elementales es una novela que está bien; lenguaje organizado e ideas sencillas que abundan en los temas preferidos del autor: el juego de roles entre hombres y mujeres, la decrepitud, la muerte, la abstracción a términos científicos como mecanismo para observar y comprender la existencia, lo artificioso de la idea de trascendencia, la fragilidad de los vínculos afectivos. 

En esta ocasión el narrador nos relata la historia de Bruno y de su hermano Michel, hijos de la misma madre (Janine) quien les abandona en diferentes momentos y escenarios pero por la misma razón; la libertad, el libre derecho a experimentar la vida sin cargas que limiten sus actos. Ignorados además por sus respectivos padres, los hermanos acaban siendo cuidados por sus abuelas desconociendo la existencia del otro hasta la adolescencia. Es entonces cuando obligados por las circunstancias, sus padres deciden de que ya es hora de que se vayan conociendo. 

Michel es un personaje solitario, desprovisto de contacto emocional, con el pensamiento científico como barrera infranqueable para abstraerse del mundo que le rodea. Pronto le aparece una enamorada, Annabelle, que sirve de contrapunto para entender el abandono, la soledad insalvable que rodea al personaje. Bruno por su parte es descrito como un individuo básico, tan solitario y triste como Michel pero sin el subterfugio de la ciencia para evadirse, con el sexo (o la falta de sexo, o la enorme angustia producida por el sexo) como única salida a su desesperación. 

"Cada vez era más evidente que Bruno iba de mal en peor,  que no tenía amigos, que le atemorizaban las chicas  y que su adolescencia, en general, era un fracaso lamentable" "Un buen representante de su época"
Ambos actúan a la manera tradicional de los personajes Houellebecq, es decir como agujeros negros que lo arrasan todo, las vidas, las historias, todo lo que encuentran a su paso, gente nociva capaz de hacer y hacerse mucho mucho daño. Michel y Bruno son las dos caras de la misma moneda, atormentados por el mismo dolor y lejos de la posibilidad de deshacerse de él, más bien todo lo contrario, cada día más convencidos de la inutilidad de cualquier esfuerzo en ese camino. Sus numerosas crisis vitales (desencuentros, dolor, muerte) les obligan a cambiar de escenarios y de contactos, les separan y les vuelven a unir, aunque para ellos la perspectiva nunca cambie demasiado. 

Y en un principio todo bienpero ya a la altura de la página sesenta con sus constantes referencias técnico-científicas, el dominio del más fuerte sobre el más débil, el despertar sexual en mamíferos, el efecto del narcisismo en las sociedades civilizadas, etcéteraHouellebecq empieza a cansar un poquito. Porque una vez traspasada la línea donde encajan con naturalidad la narrativa con la terminología científica, la novela pierde fuerza y se dispersa en alusiones que por muy indiscutibles nada aportan ni a la trama ni al sentido último de la novela. Houellebecq pontifica, y a mi no me gusta que me pontifiquen.

Además, y como no se corta con el gore, acaba arrancando un suspiro resignado donde debería de haber o esa parece ser la intención un gesto de rechazo visceral a lo narrado. Como por ejemplo cuando se regodea en explicarnos las andanzas de una tal Di Meola, particularmente inclinado en desmembrar cuerpos de lactantes y luego eyacular en el agujero de las órbitas. Y puede que sea ahí donde más se nota el esfuerzo del escritor por mantener en alto el pesado, y muy probablemente inmerecido, título de nuevo enfant terrible de las letras francesas.  

Houellebecq además se repite. Un poco bastante, sí, cuando vuelve echar mano al prototipo de lo que sus personajes consideran la "mujer ideal" (Christiane en "Las partículas elementales", Válerie en "Plataforma"), esa que piensa pero que no discrepa, esa que sufre pero que no se queja, esa que como todo ser humano se cansa de la vida pero que aún así jamás pierde las ganas de chupársela al protagonista, que está siempre dispuesta a bajarse las bragas como gesto de activismo y bandera a favor de la libertad individual, reforzando así la tesis del escritor de que sólo los hombres sufren realmente el peso de la existencia.

Houellebecq combina el brillo de ideas que en realidad no son brillantes (algo que está bien), con espasmos de rebeldía efectista (cosa que no está tan bien), supongo que en un intento por alcanzar un nivel más alto de estremecimiento y de espanto. Un gesto del todo innecesario porque cuando todo se equilibra, Houellebecq ya estremece y espanta por sí solo. 
"Yo miraba a Ben: se rascaba la cabeza, se rascaba los cojones, masticaba  chicle.  ¿Qué  demonios  podía  entender  aquel  mono  enorme?  ¿Y qué  demonios  podían  entender  todos  los  demás?"




2 comentarios:

  1. Bravo. No he leído la novela pero la crítica me arroja a ella, que no es poco. Vamos, que es mucho. Luego, un día, podré ponderar. La indiferencia, obviamente, no es una opción.

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    1. Sin duda una novela que merece la lectura, no te arrepentirás. Houellebecq tiene una forma brillante de exponer algunas de sus ideas. Gracias por pasarte por aquí. Saludos

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