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martes, 21 de julio de 2015

El muro, Jordi Ribas (Traducción)

¿Qué queda si extirpamos la intencionalidad comercial a ciertas piezas publicitarias?. Si no somos demasiado aficionados a los laberintos idiomáticos en plan Perec, lo más probable es que nuestra respuesta sea; nada.

Corría el año 2004 cuando conocí a Jordi Ribas en Barcelona city, justo en medio (o más bien justo al lado) de una plaza fuertemente resguardada por palomas. Jordi Ribas es diseñador gráfico, escritor sin temor a palomas o a cualquier otra clase de pájaro y mi amigo, y hoy por hoy está embarcado en un interesante ejercicio de objetivos múltiples y premisas curiosas. Echando mano al trabajo de los diseñadores catalanes Ribas y Creus con quienes estuvo laboral y emocionalmente emparentado, muestra particulares piezas de publicidad despojadas, precisamente, de su afán publicitario. Lo que queda cuando se anula la funcionalidad de aparatos diseñados ex profeso para cumplir con esa tarea, y cómo, curiosamente, aumentan de peso a través de ese ejercicio disociativo. 

En la mayoría de los casos, muerto el producto, se extingue también el grafismo al que daba origen y sentido. Sin embargo, a veces, este último se gana el derecho de permanecer a flote, y lo hace eso sí, trastocado por el desplazamiento milimétrico, infinitesimal, que sufre todo aquello destinado a transformarse en una pequeña (o gran) pieza creativa. 


En su blog D!SS?NY Jordi Ribas muestra una selección de trabajos concebidos en el principio de sus tiempos para divulgar, promover o publicitar ideas o productos que, aunque hoy por hoy ya no estén vigentes o se encuentren fuera de comercialización, siguen negándose a abandonar el mundo de los vivos. Continúan aquí, más frescos que nunca, liberados de la responsabilidad de vender o comunicar algo. Viven con pulso y latido propio. Piezas estéticas, emocionales, intelectuales, donde el mensaje primigenio ha dejado de ser el único mensaje para desplazarse más allá, hasta donde el observador quiera o pueda llegar.

Dejo acá la traducción desde el catalán de la entrada publicada en D!SS?NY el 25 de junio de 2015 y titulada "El muro". Pasad y disfrutad, que es gratis;


"Another Brick in the Wall, Parte 2, de Pink Floyd es la quinta canción del álbum doble The Wall (1979) y la segunda donde se usa la palabra “muro”. Su letra emite un mensaje crítico con el sistema educativo británico de los años 50, más preocupado por la disciplina que por las virtudes de la eficacia pedagógica: no necesitamos ninguna educación, no necesitamos ningún control mental, ni sarcasmo oscuro en el aula, profesor deja los chicos en paz, escucha profesor, déjanos en paz, al fin y al cabo sólo eres otro ladrillo a la pared. Considerado el mejor LP del grupo inglés de rock progresivo y uno de los más vendidos de la historia de la música, The Wall significa la alineación defensiva del individuo en un mundo que no entiende, ni se siente identificado, ni acepta las normas.

La psiquiatría convencional y la industria farmacéutica, propensas a las soluciones químicas para todo, no contemplaron estos individuos díscolos como rebeldes, sino como personas con problemas psíquicos que no saben integrarse debidamente en la sociedad. Muy entrada la década del 1960, se populariza el consumo de los antidepresivos y la fiesta del gran negocio de las pastillas todavía continúa. El 1974, cinco años antes de la publicación del disco The Wall, otro muro enigmático aparece en la escena iconográfica. El estudio Ribas y Creus(Ramon Ribas y Pere Creus) diseña una colección de cuatro impresos para un ansiolítico de los Laboratorios Sandoz. En las cubiertas, con fotografías de mansiones abandonadas de Sarrià y Vallvidrera, se metaforizan los síntomas destructivos de la psicosis y la depresión. Pere Creus concibe la idea y capta las imágenes con su cámara Rollei. 


Estas presentaciones de producto tienen una peculiaridad. No hay ningún tipo de presencia humana. La publicidad farmacéutica de los años 50, 60 y 70 se caracteriza por las representaciones antropomórficas. Ya sea en ilustraciones, dibujos, grafismos, collages o fotos, las figuras del hombre o de la mujer –de manera total o parcial– casi siempre son utilizadas para las alegorías de la comunicación publicitaria. Ribas y Creus introducen la novedad de un planteamiento abstracto. Los conflictos y trances del paciente médico se describen a través de espacios urbanos en declive. En el psicoanálisis, la casa se asocia al cuerpo y, en especial, a los estratos de la psique.

Cada fotografía de los impresos de Etumina narra una historia. El muro con vidrios incrustados de la primera foto impide la salida y da fe de que los laberintos del cerebro pueden resultar tortuosos y cortantes como aristas cristalinas. La ventana destartalada de la segunda instantánea asume el papel de retícula desestructurada del raciocinio, con agujeros negros del subconsciente, que la imaginación quiere que compongan los ojos y la boca de un rostro que, con grito inaudible, pide auxilio. En la tercera foto, trozos derrumbados del techo de la mansión castigada por el olvido sobresalen por la puerta entreabierta, como unos traumas sin nombre que amenazan con invadirlo todo. Las cadenas de la cuarta instantánea connotan las interconexiones de un tejido neuronal: una telaraña metálica que engancha y esclaviza la mente con ideas fijas, con obsesiones, y de la cual resulta difícil huir.

En los últimos lustros, la fascinación por los lugares abandonados aumenta. Hasta el punto que se instaura un nuevo subgénero fotográfico llamado abandoned. Fotógrafos amateurs y profesionales van a la investigación y captura de fincas, edificios, pabellones hospitalarios, bencineras, fábricas, polígonos y cualquier superficie sin habitantes, donde se patentice la decadencia y el paso inexorable del tiempo. Aquello que fue y ya no es ha ejercido un magnetismo irresistible en todas las culturas. Los recintos y objetos que sobreviven al abandono son como fósiles emocionales impregnados del espíritu de sus antiguos amos. Fotografiarlos equivale a congelar la agonía de la desaparición y convertirlos en protagonistas de una relectura poética.

La noche del 9 de noviembre de la 1988 cae el Muro de Berlín. Nadie se lo esperaba. Un trozo del perímetro de cemento armado que separaba las dos Alemanias resistió la euforia del derrumbe. Ahora se recicla en simbólico espacio expositivo al aire libre. El East Side Gallery reúne las obras de un centenar de artistas. Un arte a la intemperie, tan efímero a la fuerza como una casa abandonada que sufre los efectos de la meteorología. Un cementerio artístico donde no perder la memoria de los desaparecidos. Hay quién piensa que las almas de los que no consiguieron saltar la valla del telón de acero viven bajo las pinturas y graffitis"




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