Parte 1: Sobre la guerra, las bananas y los cielos de Londres.


"Llega un grito a través del cielo. Ya ha ocurrido otras veces, pero ahora no hay nada con qué compararlo" (página 13)
Lo que ruge en el cielo no es otra cosa que un cohete V-2 alemán. Comienza la evacuación en unas calles londinenses asediadas por el bombardeo. Sabemos que la acción ocurre en Londres, sabemos que es 1944, sabemos que hay una guerra, aunque el escenario descrito es atemporal y cataclísmico y bien podría situarse en cualquier otro tiempo y referente a cualquier amenaza humana, interplanetaria o celestial. A nadie sorprendería que en lugar de Londres durante la Segunda Guerra Mundial, la acción se desarrollase, por ejemplo, en un Los Ángeles retrofuturista de 2019.
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| Los Angeles City. Blade Runner (1982) |
Y lejos de diluirse, al avanzar en la lectura la sensación de que los hechos ocurren el futuro más que en el presente se acentúa todavía más. Sonidos, olores, sabores, imágenes crean ambientes intensamente vívidos y amplifican la sensación de atemporalidad que impregna al relato:
"Bajo los pies cruje la mugre más antigua de la ciudad, las últimas cristalizaciones de todo lo que la ciudad negó a sus hijos, todo aquello con que los amenazó y que le sirvió para mentirles." (página 15)
Se revela así el terrible aunque sencillo mecanismo de ese "estado de las cosas": más que como supervivientes los evacuados son descritos como bienes o cosas que el protocolo dicta poner a salvo. No hay heroicidad en el proceso, no hay banderas ondeando al viento. Los evacuados lo son porque en todo el conjunto de reglas y estrategias de la guerra, alguien ha decidido qué y porqué ha de ser salvado.
Desde un principio queda claro que no son los hombres sino el control a través de la guerra lo que realmente importa.
La introducción al escenario bélico y al movimiento de refugiados se extiende por un par o tres de páginas. Hasta ahora todo es diáfano y sin contratiempos. Por lo pronto las ya famosas "disgresiones espaciotemporales" de Pynchon aún no se divisan, y en la página 16 el narrador introduce a su primer personaje a la manera tradicional: el capitán británico Geoffrey Pirate Prentice.
Asediados por el bombardeo, Prentice y sus hombres permanecen en un hotel abandonado "...no lejos del Chelsea Embankment..." a las afueras de Londres. Allí viven, duermen, esperan, transitan, allí resisten a los bombardeos nazi a fuerza de bananas. Sí, de bananas. Porque el capitán Prentice, además de ser un agente de la Special Operation Executive (SOE) —una de los tantísimas organizaciones encargadas de perpetuar la guerra—, un experto escrutador de los cielos de Londres y una valiosa y extraña arma de guerra, es también un excelente cocinero de bananas;
Asediados por el bombardeo, Prentice y sus hombres permanecen en un hotel abandonado "...no lejos del Chelsea Embankment..." a las afueras de Londres. Allí viven, duermen, esperan, transitan, allí resisten a los bombardeos nazi a fuerza de bananas. Sí, de bananas. Porque el capitán Prentice, además de ser un agente de la Special Operation Executive (SOE) —una de los tantísimas organizaciones encargadas de perpetuar la guerra—, un experto escrutador de los cielos de Londres y una valiosa y extraña arma de guerra, es también un excelente cocinero de bananas;
"Pirate se había hecho famoso por sus Desayunos de Bananas. Acudían en tropel compañeros de rancho de toda Inglaterra, incluso algunos alérgicos o manifiestamente hostiles a las bananas, sólo para contemplar cómo la acción de las bacterias junto con el entrecruzamiento de anillos y cadenas subterráneos formaba una maraña que sólo Dios habría podido desenredar, y hacía que los frutos se desarrollaran hasta una longitud de cuarenta y cinco centímetros. Sí, asombroso, pero cierto." (pg. 17)
Los famosos desayunos del capitán Prentice congregan a sus compañeros de guerra. El rito que Prentice y los suyos se esfuerzan por preservar a toda costa: decenas de hombres inclinados sobre sus platos, concentrados en el aroma de los deliciosos frutos, intentando olvidar el hacinamiento, el frío, la llegada del próximo cohete alemán que antes o después acabará por caer desde el cielo.
"Ahora se esparce por las habitaciones, reemplazando el habitual olor del humo, del alcohol y del sudor de la noche, la frágil y musácea fragancia del Desayuno: florida, penetrante, sorprendente, más viva que el color de la luz del sol invernal, tomando posesión del ambiente [… ]¿Existe alguna razón para no abrir todas las ventanas y permitir que el agradable olor cubra todo Chelsea? ¿Como un conjuro contra los objetos que caen de lo alto…?" (pg. 23)
Las lecturas acerca del significado de la banana en El arco iris de gravedad son numerosas y pueden presentar matices importantes, sobre todo a la hora de interpretar ciertos pasajes un poco más profundos de la novela. Y sin embargo para cualquier lector no experto en literatura, filosofía, sociología ni cultura pop de los años 60 en Estados Unidos —pero eso sí, más o menos despierto y más o menos conectado con eso que llamamos subconsciente colectivo—, la banana representa, lisa y llanamente: un pene en erección. En eso, al parecer, tanto expertos como no expertos, estamos todos más o menos de acuerdo.
Ahora, cuáles son las posibles interpretaciones en cada una de las recurrentes alusiones al fruto durante toda la novela, existen verdaderas teorías, muchas de ellas muy serias y respaldadas con verdaderas avalanchas de bibliografía especializada. Por cierto, recomiendo la lectura de Beyond Naïve Criticism: The Banana Trope In ‘Gravity’s Rainbow’. A Cultural Reading In Context, donde Veronica Bălă, hace un repaso bibliográfico acerca de su significado e implicancias desde diferentes perspectivas.
Pero aún así, aún sin haber leído ese o ningún otro artículo, no es difícil ver lo esencial: sinestesia, misticismo, lirismo, ironía contextual: un desayuno de bananas en medio de la guerra. Bananas, una fruta tropical, en medio de uno de los inviernos londinenses más fríos de la historia. Eso no es casual.
La tensión entre lo poético y lo bélico, la disonancia entre las descripciones de infraestructuras y cohetes —frías, arquitectónicas, opresivas, acero y oscuridad—, y la poética exuberancia de los desayunos de banana —orgánica, luminosa, aromática y sensual—, operan como una forma de responder al control de quienes dirigen la guerra con humanidad: con un muy poco probable invernadero con humus proveniente de los más desagradables residuos orgánicos que produce frutos grandes, alargados, amarillos, fálicos y alegres creciendo hacia el cielo (las bananas crecen en contra de la gravedad) como respuesta a los cohetes V-2 enviados por los alemanes...
Y tan potente es el deseo de responder, tan grande esa necesidad, que Prentice y sus hombres van robando, comprando o intercambiando las pocas posesiones personales de las que aún disponen, a cambio de cacharros o ingredientes que perpetúen sus desayunos de bananas: hasta cuando se pueda, hasta cuando los alemanes lo permitan, hasta cuando, más temprano que tarde, el próximo V-2 ilumine los cielos de Londres.
Sin ser un experto y si de hacer una lectura lúdica se trata, basta leer con atención y seguir las pistas que el propio narrador va dejando en el relato: en más de una ocasión, ya en las primeras páginas, hace referencia directa a la necesidad de desconectar del terror y la opresión de la guerra, a través de conectar con el muy humano hedonismo y la fiesta de los sentidos.





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