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martes, 19 de enero de 2016

Adiós hermano mío (John Cheever)

Igual como surgió la idea de reseñar a Pynchon para entender-lo mejor, he pensado en reseñar ciertos cuentos para entender-me mejor. 

En general, los motivos de por qué nos gusta un cuento saltan a la vista; una historia interesante, un estilo sugerente, una estructura particular, o incluso, la perspectiva inusual de algo que hasta entonces nos había pasado desapercibido; la idea de que un paraguas, puede ser mucho más que un paraguas. 

Pero no siempre es tan sencillo. A veces las razones se ocultan, pasan por estados y sensaciones difícilmente transferibles a palabras. Y, claro, sumergirse allí, en la oscuridad del sótano en busca de respuestas, aparece como un ejercicio interesante y revelador.

Es por eso que ofrezco aquí la lista de mis pilares fundamentales que son además mis recomendaciones de lectura en el terreno del cuento. 

Los títulos son numerosos, los autores son dispares, todo ha sido terreno fértil para decodificar la realidad a través del microscopio del relato corto; desde los lejanos cortázares de mi juventud hasta mis más recientes updikes, acá están todos, a ver qué sale.


1) "Adiós, hermano mío" 
(John Cheever); 

Y claro, si de hablar de los mejores cuentos que he leído se trata, John Cheever y su "Adiós, hermano mío" aparecen en mi cabeza como una terrible detonación.

Los cuentos de Cheever me recuerdan a Henry A. Murray, el psicólogo estadounidense a quien le debemos el ingenio de la T.A.T. Una prueba proyectiva para revelar ocultos dobleces de la psique mediante la contemplación de una serie de láminas. 

Las láminas, todas ellas, nos transmiten una extraña sensación de inquietud y oscuridad. La ausencia de color, los bordes desdibujados, la comunicación no verbal de los individuos en ellas representados, nos invitan a elucubrar, a adentrarnos en el terreno de nuestro yo más oculto.

Aunque a primera vista son inofensivas, las escenas se trastocan a la luz de nuestras sombras en crueldades y culpas, temores y miserias, odios e hipocresías. Lo implícito como decodificador de subconscientes enterrados. 

Y entonces Cheever, experto exhumador, nos presenta sus láminas; personajes que con su lenguaje no verbal, no paran de transmitir desde las profundidades. 

En "Adiós, hermano mío" el lienzo de las imágenes superpuestas por Cheever configura a los Pommeroy, una familia de burgueses que pasa las vacaciones de verano en su casa de la playa. La reunión servirá a los Pommeroy para congregar a la familia desunida por los lances de la vida. Los cuatro hermanos, sus esposas, y la madre el padre ha muerto en un accidente marino cuando los hijos todavía eran pequeños (primera lámina), se dan cita en una de las islas de Massachusetts. 

Hermano-narrador, Chaddy, Lawrence, Diana y la Madre, con Lawrence (Tifty) el hermano menor desempeñando el papel de elemento desestabilizador. 

Aunque en principio el encuentro es íntimo invita a bajar los brazos y dejarse llevar, el ambiente ante la llegada de Lawrence es tenso. Las mujeres (Diana y la madre) dan la bienvenida al más pequeño de los hermanos con extravagante entusiasmo. Vestidas con sus mejores prendas, adornadas con todas sus joyas, anticipan el golpe, se ocultan bajo una armadura de amabilidad, pero Lawrence es inmune a la cortesía, no está dispuesto a negociar; 

"Tifty, ¿no te parece fabulosa la playa? preguntó mamá
¿No es maravilloso haber vuelto?
¿Quieres un Martini?
No  me  interesa  dijo  Lawrence.
 Whisky,  gin…  no  me  importa  lo  que  bebo.   
Sírveme un poco de ron."

Lawrence reniega de sus juegos, critica sus costumbres, rechaza todas sus ofrendas de paz. Para él cualquier pasatiempo de la familia es motivo de discordia. Recela de sus hermanos en el juego del backgammon mientras, desde una lejanía temerosa y mezquina, usa los lances del juego para ventilar los trapos sucios de la familia. 

Asiste a una fiesta de disfraces sin disfraz. 

Y sin embargo nunca se aleja. Tampoco lo hace cuando la familia se entrega a la contemplación de la noche y de la playa, a la conversación intrascendente que Lawrence asegura detestar, al disfrute de sus cócteles y cigarrillos, aunque ya nadie le invite a quedarse, aunque todos esperen que se vaya. Se queda incluso cuando todos asumen que se irá a la cama, que se meterá en un cuarto, que se apagará de una vez por todas, Lawrence persiste, obstinado y rencoroso, como el recordatorio de un presente que se niegan a aceptar;

"Imagina que se gastaron miles de dólares
para lograr que una casa sólida pareciese una ruina
dijo Lawrence.
Imagina la actitud mental que eso implica.
Imagina que el deseo de vivir en el pasado es tan intenso que uno paga a los carpinteros para desfigurar la puerta principal."

¿Y qué nos queda entonces?, ¿qué hay entre el pasado autocomplaciente repleto de triunfos desvaídos y el presente sin ninguna promesa?. Al final, el hermano-narrador lo resuelve con un impulso primitivo.

"Adiós, hermano mío" es el retrato del fracaso personal, de una clase social, de una nación entera, y que encajaría a la perfección con las palabras que Harold Bloom dedica a la novela "Mientras agonizo" de Faulkner; "Un retrato catastrófico de la condición humana, con la familia nuclear como la catástrofe más terrible". Porque aunque sus protagonistas no transiten por un desierto vivo de agua y fuego para sepultar el cadáver de la madre, lo mismo cargan con inmisericordes y viejas culpas, sostienen el peso del rencor, atan y desatan sus deudas, luchan por mantenerse unidos mientras la casa de la playa cual reflejo de su propia historia, peligra ante la amenaza de las aguas. La epopeya de un grupo de burgueses empeñados en mantener los rituales que les retrotraen a un tiempo que sueñan mejor, capaces incluso de envejecer los muebles, la casa misma, con tal de negarse al fracaso del presente.

En "Adiós, hermano mío" desprenderse del cadáver metafórico del hermano, tal vez marque para los Pommeroy el lenitivo respiro que se esconde detrás de ciertas muertes. Pero no hay esperanza para ellos, sólo un bienestar pasajero reflejado en los cuerpos desnudos de dos mujeres que abandonan el mar.

Y ahora, de frente a este lienzo de luchas y despojos, de caretas alegres y transmisiones ocultas desde la profundidad, dígame; ¿qué ve usted en esta lámina..?




2 comentarios:

  1. uyuyuyuyuyuyyyy. Me vas a matar. A repetirla. Donde pica el pollo? De qué va? Quizá debería desbarrar en privado, pero pa animar el cotarro, pues en público. Cuando voy a ver una película con amigos y empieza la primera escena siempre pregunto ¿te gusta? No se porque les saca de quicio. Al salir siempre pregunto... Pero ¿De que iba? Y van y me cuentan el argumento. Y yo, insoportable, no, no hijo, que de que iba? Vamos que no la has entendido. No soy apreciado entre mis amigos por estos hábitos así que he encontrado uno que me parece concienzudo y serio: ¿De 1 a 10? Y me dicen, pero lo que me ha gustado o lo que me parece la película? No, no, te digo que de 1 a 10 ¿qué le pones? y me dicen, ej. "un 7". Yo otro. Y seguimos hacia la noche. Muac.

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    1. Jaja...las intenciones ocultas no siempre son fáciles. A veces nos quedamos a medio camino y otras veces no llegamos ni a empezar. Otras veces pasamos años pensando y pensando sin acertar a encontrar el significado. A mi me pasa con "Una odisea en el espacio", una película que me encanta y que después de 25 años de haber visto por primera vez, todavía no tengo del todo clara. Gracias por la lectura y por el comentario :)

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