Rodrigo Fresán, el escritor de la literatura amable, de la complicidad con el lector, de lo sencillo presentado como grandes cuestiones a través de la varita mágica de las palabras, y que, últimamente, en su novela "La parte inventada" ha devenido en una repetición (a veces un poco pesadita) de sus antiguos temas y novelas. No voy a mentir, no acabé ni pienso acabar "La parte inventada", y sin embargo a veces me da por volver a los relatos de "La velocidad de las cosas", una larga aspiración de oxígeno puro; maximalista, alucinógeno, onírico, Rodrigo Fresán destila frases que se enrollan una y otra vez sobre sí mismas y que son una verdadera delicia en tiempos en los que a uno le da por leer llevado únicamente por el gusto de ver cómo las palabras se deslizan con fluidez y encanto frente a los ojos.
En "Pruebas irrefutables de vida en otros planetas" (el segundo de los relatos que forma parte de "La velocidad de las cosas") Hilda, una niña pequeña, fea, pero extremadamente inteligente, pervive con unos padres grandes, hermosos, pero indeciblemente superficiales. Desazón, soledad y también algo de esperanza, impregnan las páginas de un relato que divaga entre la vida y la muerte, el espacio y la tierra, el amor y el dolor, el presente, el pasado y el futuro.
Un futuro íntimo pero también universal, distópico para algunos a la vez que utópico para sus elegidos, que discurre tan sólo un paso más adelante que el nuestro. Un escenario que brilla en toda su oscuridad, en pulsiones histéricas, por luces que jamás de apagan, por fiestas que nunca terminan. Personajes que transitan entre la realidad real y la realidad del muñeco que, acabada la función, se quita las pilas para caer en su caja, hasta la próxima, hasta cuando haya que desempolvar el traje y salir al escenario a recitar, otra vez, las mismas líneas tan conocidas y gastadas.
Desde la perspectiva de un narrador muerto que observa desde el más allá se narra la historia de un hombre, de una mujer, de una niña, la historia de una sociedad acuciada por la tiranía de la luz y la velocidad. Y como conjuro al aislamiento, a la imposibilidad de establecer relaciones auténticas con otros seres humanos, aparece Hilda, una pequeña que, aferrada a un almohadón que representa la tierra y las distancias cósmicas que la separan de cualquier otro lugar habitable del universo conocido, pasa las noches rezando a sus dioses, recitando las inconmensurables y tranquilizadoras medidas del espacio. Ajena a la vida de sus padres, observadora de un mundo del que no puede sentirse parte. Hilda —pequeña, inquietantemente lúcida, extrañamente fuerte—, piensa en lo que importa de verdad; en la materia que separa las constelaciones, ese espacio que para ella no es vacío sino el lugar donde se encuentra la respuesta a todas sus preguntas; allá, fuera, lejos, sola. Hilda no es otra que la persona que descubra pruebas irrefutables de vida inteligente en otros planetas.
"Hilda empezó a rezar.
Hilda aprendió a creer en algo, a partir de la caja de un almohadón importado.
Hilda le reza todas las noches a los Grandes Jerarcas de Urkh 24.
Hilda no va a traicionar a su almohadón.
Hilda va con su almohadón planetario a todas partes aunque, con el paso de los años y los colores desteñidos, resulte un tanto difícil identificar la silueta de los continentes.
Mejor, piensa, Hilda, mi almohadón ya no es más la Tierra; ahora mi almohadón es Urkh 24"
Los relatos de Fresán (desconozco si sea ese su objetivo), parecen estar escritos por y para una cofradía de seres descontentos y perplejos que transmiten desde su desesperación y que proyectan, desde su particular versión del mundo, lo mismo que nosotros los lectores hemos vivido y sentido. No sé si sea necesario leer a todo Fresán, pero sí que es recomendable leer ciertos relatos de Fresán, y, "Pruebas irrefutables de vida en otros planetas", es uno de ellos.
Según dicen, Rodrigo Fresán es uno de los escritores más prometedores de la literatura contemporánea escrita en castellano, incluso en múltiples ocasiones, se le ha comparado con una versión remasterizada y pop de Gabriel García Márquez, con todo lo bueno y todo lo malo que eso pueda significar.
Sus novelas más recomendables (ya que estamos) son "Los Jardines de Kensington" y "Mantra" y por supuesto todos los relatos de "La velocidad de las cosas".
Si no has leído Historia argentina, de Rodrigo Fresán, te lo recomiendo. Diría que hay cierto acuerdo en que es su mejor libro. De hecho, lo reeditó Anagrama hace poco en esa serie roja tan chula que sacó. No soy fresánico —los hay por ahí—, pero diría que es un libro brillante, una de esas raras joyas que aparecen de vez en cuando y que te muestran que se puede tomar los temas de siempre y reescribirlos desde otro lugar, con una mirada nueva y fresca (pienso, por ejemplo, en el cuento que le dedica a la guerra de las Malvinas).
ResponderEliminarEso, más lo que comentas en tu reseña, me lleva a pensar que casi prefiero al Fresán cuentista que al novelista y que tengo pendiente leer este libro que reseñas (solo conozco el cuento del teléfono, que está muy bien). Y digo eso porque Mantra me gustó también; pero, al final, se me hizo largo: más de 400 páginas de Fresán son muchas páginas. Con una novela anterior, Esperanto, no me fue muy allá...
Tomo nota de esa recomendación también de los Jardines de Kesington y de la advertencia respecto de La parte inventada. Este es un autor que empezó no gustándome y que, poco a poco, lectura tras lectura, le voy haciendo sitio en mis lecturas.
Pues mira, me daba por servido con Fresán, pero ya que me recomiendas "Historia argentina" tal vez me de una vuelta por ella, la tengo por ahí, a ver si cae luego de lo que estoy leyendo ahora.
EliminarAl igual que tú, me inclino más por el Fresán cuentista que por el novelista, puede que porque sus novelas, salvo "En el fondo del cielo" que es breve (y que tampoco está mal) son demasiado extensas, demasiado para girar en torno a las mismas ideas y los mismos temas. En la estructura del relato, por necesidad, suele ser algo más concreto y la maravilla se concentra mejor en menos espacio y menos palabras. Y aunque tampoco soy un amante incondicional de todo lo que escribe, no se puede negar que meterse en una de sus novelas o cuentos es para quedarse alucinando un rato largo. Sigo recomendándote "La velocidad de las cosas" un compendio de relatos a los que él mismo ha reconocido tener más apego...no en vano cada cierto tiempo aparece "una nueva versión aumentada y corregida por el autor". Una cosa es segura...tenemos Fresán para rato.
Gracias por la visita y el comentario.