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miércoles, 7 de febrero de 2018

El buen soldado (Ford Madox Ford)

Uno de los desafíos literarios más importantes de Ford Madox Ford fue romper con la estética victoriana impuesta por la novela inglesa del siglo XIX. 

Junto a otros honorables desertores como Stephen Crane, Joseph Conrad y Henry James   quien en su periodo tardío y con novelas como Las alas de la paloma (1902), Los embajadores (1903) y La copa dorada (1904), acabó  por  decir  adiós  a  los victorianismos  del  Roderick Hudson  (1875)  de  su  primer  periodo—, Madox Ford se propuso encontrar nuevas formas de reflejar mejor el espíritu de su época. 

En la introducción de su novela El buen soldado (Ediciones Cátedra, 1995) puede leerse una cita del autor referente a sus sólidas y elevadas y transgresoras y muy agradecidas intenciones; "Durante un cuarto de siglo he tenido un objetivo ineludible, reflejar mi época en el lenguaje de mi tiempo".

Y lo consiguió, claro. Con creces. 

El buen soldado es una novela que puede resultar engañosa, sobre todo si se trata de una primera lectura, si no se tiene en mente que fue escrita en 1915 y si no se ha leído o no se sabe nada acerca de la vida, obra y oscuras intenciones de Ford Madox Ford. 

El relato inicia con algo de la historia y geografía 
de dos parejas separadas por nacionalidad, actitudes y religión, pero unidas por estatus, costumbres y dinero; los muy poco americanos Dowell y los muy mucho ingleses (aunque con trampa) Ashburnham. Y hasta aquí todo muy normalito y muy tradicional y cualquiera diría que se trata de una novela al más puro estilo del siglo XIX. Pero no. Irrumpe desde la primera línea la voz de un narrador en primera persona que inicia su relato apesadumbrado (con puntos suspensivos, expresiones de pesar y un conseguido matiz de misterio accidental) que se apresura a reconocer que a pesar de haber vivido los hechos allí relatados, se ha pasado todo el tiempo en la más completa de las ignorancias.

Nuevo siglo, nuevos códigos, nueva novela. Y es que Madox Ford, para que nos entendamos, parte dando la primera patada a la altura de la frente.

Y punto a favor y audacia no menor en tiempos en que el narrador tenía por costumbre dirigir y adoctrinar a grandes masas de fieles lectores habituados a la novela didáctica, ávidos de aventuras, con luchas de clase, amores frustrados, ganadores y vencedores, buenos y malos y unos finales cuando no felices, al menos sí acabados y cerrados y ya está y nada más que decir y hasta aquí no más lo dejamos. Lectores acostumbrados a comprar muchos libros y muy eficaces a la hora de castigar duramente a los pocos novelistas que tenían el atrevimiento de desviarse de aquella norma. Pero ya se ha dicho, Madox Ford gastaría buena parte de su vida intentando desoír las exigencias de ese gran público, para oír sin interferencias y mejor los ecos de esa otra voz que era la del siglo XX.

Madox Ford construye la historia a partir de la voz de un narrador que en su momento fue considerado como revolucionario. En El buen soldado el narrador omnisciente, intrusivo, paternalista y moralista del pasado victoriano es reemplazado por otro, por ese Dowell de Filadelfia que ha sido testigo a la vez que víctima inocente de los hechos. Un narrador poco fiable que desvía el foco de atención desde la tradicional secuencia conexa de hechos hasta su propia visión, incompleta, sesgada, fragmentaria, traducida siempre desde su propia conveniencia y su juicio moral, dotando al relato de una fascinante (y sí, bastante adictiva) dosis de incertidumbre. 

Aquí sí que es cierto eso de que nada es lo que parece y de que a medida que avanza la historia va adquiriendo matices cada vez más sorprendentes y oscuros. 

El relato del amor pasional entre los Dowell y los Ashburnham (la gente muy bien y otra gente no tan bien como ellos), se va construyendo a partir de las inesperadas revelaciones de un Dowell que evoluciona gradualmente desde una víctima desprevenida e inocente, hacia un narrador rencoroso y resentido en quien no encontramos ni el más mínimo rastro de ingenuidad. Y, a pesar de su desasosiego y de sus cada vez más intensos arranques de rabia (hacia la mitad de la novela más o menos el momento en que Dowell empieza a disparar a lo que se mueva y empieza a notársele muy mucho el plumero se refiriere a Mr. Bagshawe como un sapo asqueroso), la distancia que Dowell mantiene sobre los hechos hace que el relato se vuelva desapasionado y frío, más propio de un narrador omnisciente y objetivo que de uno en primera persona. Mi interpretación personal (con ayuda de esta entrada en el blog de Portnoy) es que esa distancia no es tanto frialdad del narrador como cobardía o estupidez del personaje, quien opta por el papel de víctima antes que reconocer su cobardía o su ingenuidad ante una serie de situaciones que, venga, cantaban más que un canario. 

Dowell con sus constantes esfuerzos por hacer que nos pongamos en todo momento de su parte, convierte los hechos en un principio naturales, cotidianos y sin matices trágicos en claves significativas e inquietantes, actitudes que resultan mucho más inesperadas en la dulce imagen que ha creado de su esposa Florence, en la correctísima Leonora, en el muy honorable capitán Ashburnham. Esas palabras que parecían tan cordiales, esos cambios de planes tan repentinos, esas circunstancias tan extrañas en que se desarrollan inexplicables afecciones al corazón, resultan ser páginas más tarde, el germen de la desconfianza y el rencor, lo que explica en parte por qué todo acaba como acaba. Hacia el final nos damos cuenta de que hemos sido víctimas de un engaño, y que el papel que adopta Dowell no ha sido más que una cuidadosa estratagema para conseguir nuestra complicidad...

Y es aquí donde encontramos otro de los elementos que ubican a El buen soldado en lo definitivamente moderno; los hechos ya no enfrentan a personajes arquetípicamente buenos contra arquetípicamente malos. Partiendo por el propio narrador en El buen soldado todos tienen algo que ocultar, algo que perdonar, algo por lo que sentirse culpables o por lo que desaparecer del mapa, definitivamente, una noche al regresar de un concierto en el casino. 

Con un final a la altura de la novela y una sensación de inquietud que nos haría huir lo más lejos posible de Mr. Dowell El buen soldado supo conseguir lo que se propuso. Porque además de ser todo lo que fue en su momento y de lo que sigue siendo hasta el día de hoy El buen soldado es además una excelente novela; vicios, apariencias, mentiras, engaños, suicidios, infidelidades, traición, hay de todo en esas 281 páginas con que Madox Ford se propuso (y consiguió) reventar la tradición victoriana. 


Madox Ford, James Joyce, Ezra Pound y John Quinn
desmelenándose... 
Madox Ford cuenta además de con un currículo excepcional, con no menos impresionantes amistades; James, H.G Wells, Conrad, Crane, Eliot... Durante su colaboración en importantes revistas literarias de Londres y París ejerció como editor de, nada más y nada menos, firmas como  Ezra Pound, D.H. Lawrence, Gertrude Stein, W. Charles William y Jean Rhys, entre otros, mientras defendía en ese momento y para siempre que para elevar la novela al estatus de arte era preciso dejar atrás el moralismo y el sentimentalismo, y asumir que para conseguirlo había que adoptar el punto de vista de un observador desapasionado y objetivo. 

Y gracias le damos y desde aquí le saludamos. 

Y ya para acabar, un detalle curioso pero no menos importante en una novela como esta, El buen soldado no iba a llamarse El buen soldado. El buen soldado llevaría por título el muy tradicional La historia más triste, pero la eventualidad de la Primera Guerra Mundial sumado a las pocas probabilidades de que un libro con semejante título llegara a venderse en semejante escenario hicieron que Madox Ford acuciado por su editor y en un arranque de ironía mientras se encontraba en una revista de tropas, propusiera como título El buen soldado. Y después se arrepintió mucho tiempo de ello, y así se lo hizo saber a su querida Stella en una carta en la que también le dedicaba el libro en su edición de 1927, y donde además le comentaba algunas breves e íntimas, aunque muy elocuentes historias, acerca de la repercusión de la novela en el ánimo de unos pocos lectores famosos y de otros pocos no tan famosos, y de la gran satisfacción que ello le producía. 

Así que sí, Ford Madox Ford estuvo muy orgulloso de su novela aunque jamás llegó a estarlo de su título, aunque esa oportuna ironía haya sido el gran acierto que ha operado desde entonces como pista ambigua, advertencia efectiva e inicio excelente, para una novela que por no tener, de victoriano, no tiene ni en título.





4 comentarios:

  1. "...reflejar mi época en el lenguaje de mi tiempo." Sin duda esas son las claves de toda buena obra literaria. Sobre todo "el lenguaje de mi tiempo". Eso tan difícil de conseguir. En mi opinión, el editor acertó con el título. Quizás sin pretenderlo construyó un título irónico que transgredía los valores imperantes de la época. El mundo, por desgracia, apenas ha cambiado.

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    1. "...reflejar mi época en el lenguaje de mi tiempo." Tal vez esa frase resuma lo que todo escritor honesto desea imprimir en sus obras, la capacidad de describir en realidad en las claves de su tiempo. Un gran objetivo que por lo que se lee hoy en día, no muchos escritores tienen presente. Gracias por la lectura y por el comentario :)

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  2. Muy buena novela, la leí hace unos años y tu reseña me ha dado ganas de leerla otra vez. Y es verdad que sorprende que haya sido escrita en el 1900...

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    1. Una estupenda novela sin duda y que además resiste varias lecturas...Saludos

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