Tengo un libro de hojas amarillo marrón. En la portada el rostro perplejo de Derek Jacobi condensa en una sola imagen el sentir de Claudio, el tonto que acabó siendo Dios. En otra imagen, Robert Graves mira fijo el objetivo de la cámara, con la propiedad que sólo otorga el haberse marcado una serie de novelas inolvidables.
Tal vez, lo mejor habría sido hablar de la novela al completo, pero ya hay de ella una reseña estupenda escrita por Niño Vampiro que os invito a leer. Y, visto que los capítulos de "Yo, Claudio" funcionan perfectamente a la manera de relatos, y, visto además que el capítulo once es una verdadera maravilla, he decidido incluirlo en mi selección de relatos capitales. Alguien me dijo una vez que de ciertas novelas sólo es necesario leer un determinado capítulo, y aunque ese no sea el caso de "Yo, Claudio", el capítulo once condensa perfectamente todo su ingenio.
Mezcla de realidad y ficción de inteligencia e ironía, "Yo, Claudio" recrea (y crea) una realidad a la par que compleja, intensamente estimulante.
Graves, un escritor inteligente, culto y curioso, supo unir sus vastos conocimientos sobre historia antigua con su enorme talento a la hora de narrar. Lejos de la receta preestablecida y sin caer jamás en la estafa al lector —en el falso suspense, en el truco mezquino, en la absurda ocultación de información— Graves siempre se mostró respetuoso.Graves nunca nos engañó.
Dosifica, acelera, reduce el ritmo, nos envuelve con descripciones y diálogos que son una auténtica gozada.
Mezcla de realidad y ficción de inteligencia e ironía, "Yo, Claudio" recrea (y crea) una realidad a la par que compleja, intensamente estimulante.
Graves, un escritor inteligente, culto y curioso, supo unir sus vastos conocimientos sobre historia antigua con su enorme talento a la hora de narrar. Lejos de la receta preestablecida y sin caer jamás en la estafa al lector —en el falso suspense, en el truco mezquino, en la absurda ocultación de información— Graves siempre se mostró respetuoso.Graves nunca nos engañó.
Dosifica, acelera, reduce el ritmo, nos envuelve con descripciones y diálogos que son una auténtica gozada.
El ritmo de los acontecimientos, las decisiones morales de los personajes, el análisis cuidadoso del carácter reflejado en pequeños gestos, en fugaces pensamientos, en sutiles inclinaciones, dan como resultado escenas fascinantes; un relato que nos ayuda a comprender lo que probablemente sentían, lo que seguramente pensaban y las razones de por qué hacían lo que hacían, los individuos destinados a ejercer el poder en los tiempos de la Roma convulsa. Entramos en su historia como si nos la contara el propio Claudio sentado a nuestra mesa. Con sabrosos detalles, íntimas anécdotas, ocultos vicios va caracterizando un escenario divertidísimo a la vez que brutal. Por que a fin de cuentas Graves sabe y nos recuerda que el poder no es más que una ilusión; no está en mejor situación Augusto que Claudio, Germánico que Cayo, nada asegura a Tiberio el sol de un nuevo día, todos se equilibran sobre una cuerda demasiado fina azotada siempre por la tormenta de los intereses mezquinos. Basta un paso en falso para que un puñal se hunda en la carne o los órganos internos se consuman al calor de la comida envenenada...
Capítulo once de la novela
"Yo, Claudio" (Robert Graves);
Claudio ha encontrado por fin un lugar en el devenir del imperio. Augusto y Livia han aceptado integrarlo hasta cierto punto, en las actividades de la familia. Pero no es esta una prerrogativa por los muchos méritos de Claudio, sino una obligación mezquina de cara a la opinión de la plebe. La cojera de Claudio, la fragilidad de su salud, la débil apariencia del supuesto hijo tonto de la familia, no reflejan el poderío de los amos de Roma, del mundo entero.
Hasta alcanzar la mayoría de edad Claudio ha permanecido oculto, confinado a la biblioteca, a comer con sus preceptores, a ser el objeto del rechazo de Augusto y del odio viperino de Livia. Hasta su propia madre y sus hermanos le detestan. Sólo Germanio y Póstumo están de su lado, sólo ellos le defienden como leones, y por ello, tarde o temprano, han tenido que pagar. El garrote de Livia se cierne constantemente sobre la vulnerable existencia de Claudio.
Pan y circo; después de dos pésimos años para Roma, Livia decide congraciarse con los gladiadores y subir la moral del pueblo ofreciendo una lucha pública. En procesión hacia el anfiteatro, descendiendo por la vía Apia en la antigua carroza de guerra de Druso y en compañía de Germánico, Claudio siente el peso de su obligación de aquel día; es la primera lucha que se le permite observar, Claudio debe estar a la altura de la circunstancias.
Ante su propia expectación y el fervor de la plebe, Claudio presencia una de las mejores luchas de que se tenga recuerdo; el enfrentamiento entre Casio Querea, un joven oficial de estado mayor de una familia antigua pero empobrecida, y un soldado germano que es un auténtico animal.
La lucha parece desigual, el soldado aprovecha un inoportuno resbalón de Casio para asestar el golpe definitivo. Claudio está en el límite de su aguante, empatiza a tal punto con el joven oficial que justo cuando el germano está a punto de acabar con la vida de este, Claudio sufre un desmayo. Todo se hace oscuridad para él. Una conducta escandalosa de la que en realidad nadie se da cuenta...Excepto Livia sin embargo, para ella el desmayo de Claudio resulta en un regalo;
Así, a través de una carta dirigida a Augusto, Livia decreta el porvenir de Claudio, mientras éste sigue ahondando en las circunstancias que rodean a la muerte de su padre, mientras escribe su biografía y media entre las decisiones de Póstumo y Germánico. Mientras escribe, sin saberlo, la historia del tonto que, mucho tiempo después, llegaría a ser Dios.
Y "eso no es un cuento o un rumor, es historia".
Hasta alcanzar la mayoría de edad Claudio ha permanecido oculto, confinado a la biblioteca, a comer con sus preceptores, a ser el objeto del rechazo de Augusto y del odio viperino de Livia. Hasta su propia madre y sus hermanos le detestan. Sólo Germanio y Póstumo están de su lado, sólo ellos le defienden como leones, y por ello, tarde o temprano, han tenido que pagar. El garrote de Livia se cierne constantemente sobre la vulnerable existencia de Claudio.
Pan y circo; después de dos pésimos años para Roma, Livia decide congraciarse con los gladiadores y subir la moral del pueblo ofreciendo una lucha pública. En procesión hacia el anfiteatro, descendiendo por la vía Apia en la antigua carroza de guerra de Druso y en compañía de Germánico, Claudio siente el peso de su obligación de aquel día; es la primera lucha que se le permite observar, Claudio debe estar a la altura de la circunstancias.
Ante su propia expectación y el fervor de la plebe, Claudio presencia una de las mejores luchas de que se tenga recuerdo; el enfrentamiento entre Casio Querea, un joven oficial de estado mayor de una familia antigua pero empobrecida, y un soldado germano que es un auténtico animal.
"El germano
blandía su enorme espada y Casio
paraba los golpes en su escudo y
trataba de introducirse bajo la guardia
de su rival, pero éste era tan ágil
como fuerte, y en dos ocasiones logró
poner a Casio de rodillas. Los espectadores
guardaban un silencio perfecto, como si se encontrasen
presenciando una ceremonia religiosa, y no se oía más
que el choque del acero contra el
acero y el tintinear de los escudos"
La lucha parece desigual, el soldado aprovecha un inoportuno resbalón de Casio para asestar el golpe definitivo. Claudio está en el límite de su aguante, empatiza a tal punto con el joven oficial que justo cuando el germano está a punto de acabar con la vida de este, Claudio sufre un desmayo. Todo se hace oscuridad para él. Una conducta escandalosa de la que en realidad nadie se da cuenta...Excepto Livia sin embargo, para ella el desmayo de Claudio resulta en un regalo;
"La conducta tan poco viril de
Claudio, ayer, al desmayarse ante la visión
de dos hombres combatiendo [...] resultan tanto
más vergonzosos e infortunados, han tenido
por lo menos la utilidad de que ahora
podemos decidir definitivamente, de una vez por todas, que, salvo en su
calidad de sacerdote [...] Claudio es perfectamente incapaz en lo referente
a presentarse en público."
Y "eso no es un cuento o un rumor, es historia".
Una gran reseña. Centrándote únicamente en ese capítulo me has dado unas ganas terribles de volver a leerme esta gran novela. Por cierto, hay una edición, creo que algo posterior a la de la foto, de la que debieron de imprimirse miles y miles de ejemplares. En cualquier tienda de segunda mano, o en puestos de reciclaje de libros (por lo menos aquí en Barcelona) es inevitable encontrarse con ese Claudio. Creo que muchos se animaron a leer el libro tras ver la serie, y luego claudicaron (que por cierto, viene de claudus, "cojo").
ResponderEliminar(Intenté publicar este comentario hace unos días, pero evidentemente hice algo mal).
Saludos.
Me alegra que te gustara, la escribí con emoción (creo que se nota).
EliminarEl Claudio de la foto lo pillé, precisamente, en un punto verde de Barcelona. Y es cierto, de esa edición y de la siguiente debieron imprimirse ejemplares a toneladas porque no hay punto verde ni librería de viejo ni casa en la que no haya uno. No tenía idea del significado de claudus...La de cosas que aprende uno, ¿no? Saludos de domingo y gracias por pasarte por aquí.