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jueves, 2 de febrero de 2017

Postales de invierno (Ann Beattie)


Postales de invierno es lo que se llama una novela generacional, una novela que refleja en unos pocos personajes el sentir de toda una generación. En el caso de Postales de invierno el desencanto de sobre-vivir sólo unos minutos después y sólo unos metros fuera del legendario barrial de Woodstock y la revolución de las flores.

Y acá tenemos a Charles, un hombre de 27 años hastiado de su trabajo y de su vida, y también tenemos a Susan la hermana menor de Charles y representante definitiva de la nueva generación, y también está Clara la madre de ambos y que pasa todo el tiempo entre narcóticos, mantas térmicas y la enferma y enfermante necesidad de sumergirse en una bañera para llamar la atención de sus hijos y escenificar un suicidio que (en el fondo todos lo saben) jamás llegará a hacerse realidad. 

Y también está Pete, el padre-parche disfuncional y torpe. Y claro, también Sam, el encantador playboy de las visitantes ocasionales de la casa que hoy vende chaquetas en una tienda y que mañana está desempleado compartiendo habitaciones y escenario con su único amigo de verdad, Charles. Y también hay un escenario, un escenario donde casi todo está, casi siempre, empaquetado o congelado, donde a nadie se le ocurre hacer una compra que alcance para toda una semana y donde la mayoría de las veces no se cocina más por aburrimiento y dejadez que por falta de hambre o de ingredientes. 

Un escenario con un teléfono que -portador siempre de una pequeña desgracia- cualquier ser humano en una situación diferente a la de Charles habría optado por dejar desconectado para siempre. Un tiempo, una época, un estado mental en que los coches no funcionan (a veces, cuando más se les necesita, cuando se les da la gana) pero cuyos desperfectos no producen la irritación suficiente como para deshacerse de ellos y comprarse uno nuevo, uno usado, uno que funcione. Un mundo en el que todo discurre entre lo que se supone que ha de hacerse para seguir viviendo y la poca significancia de esos hechos mínimos que jamás pondrán en riesgo las vidas o los ideales de los personajes. El tiempo de luchar por algo ha pasado ¿y ahora qué?, en medio de los setenta, cerca de la treintena, enamorado perdido como está, Charles deja que su coche responda cuando se le da la gana y come en restaurantes de comida china o de mariscos cada vez que el abrir una lata de guisantes le suponga un esfuerzo demasiado grande para su estado de ánimo. 

Y qué decir de Laura, la distante y ahora inaccesible a los brazos de Charles, Laura. La chica que alguna vez tuvo y a la que debió dejar marchar. Laura en una canción, Laura a la vuelta de la esquina, Laura en unas vacaciones en las Bahamas. El pelo de Laura, las manos de Laura, el cuello de Laura. Ese postre de naranjas y chocolate de Laura del cual Charles no ha podido encontrar la receta. Laura. 

La Laura con la que pudo vivir (pero no, y digan lo que digan, no), la historia de amor que daría sentido a una vida íntima y personal luego de que la vida externa y con todo el mundo y una generación enloquecida de fondo ya habían pasado.

Así, "Postales de inviernoes una lenta sucesión de pasajes con diálogos ligeros que se desgranan como los copos de nieve, a dos grados bajo cero en detalles ínfimos de la cotidianidad, alternados con pasajes densos que no se desgranan; como las capas de nieve, en bloques que mantienen el relato en el terreno de lo interno. Cosas que ocurrieron de verdad mezcladas casi siempre con cosas que a Charles le habría gustado que pasaran, ensoñaciones con las que alimenta la idealización de ese amor lejano-cercano que ahora aparece como la única clave capaz de hacerlo feliz, o al menos, como la única clave capaz de hacerlo menos solo. 

Y el final, ese final con el que no puedo estar más de acuerdo con en prólogo de Rodrigo Fresán cuando afirma que no es tanto un final feliz como un final al que le gustaría tanto ser feliz...

Recomendada para todos pero sobre todo para los que creen, o para los que no pueden hacer otra cosa que seguir reivindicando la nostalgia y el desencanto. Recomendada para días de invierno con lluvia y copos de nieve y temperaturas bajo cero, pero también recomendada para días de calor en que todo parece mejor y los colores nos hacen olvidar, por un rato, esos hondos exabruptos del pasado. En resumen, recomendada para toda condición climática allá afuera, porque al final, siempre hay un espacio por cualquier ventana abierta para dejar entrar un poquito de frío.

"Laura le dio la foto cuando estaban sentados en la barra de un drugstore tomándose una taza de café. La sacó del monedero sin mediar palabra; él pensó que estaba buscando dinero y dijo: «No, no». Nunca llegaron a entenderse. Casi todo el mundo es capaz de interpretar las señales; ellos nunca lo lograron. Ella podía estar de buen humor y Charles, convencido de que estaba preocupada, no le dirigía la palabra para dejar que pensara; lo cierto es que ella estaba de buen humor, pero cuando Charles había dejado de hablarle, comenzó a pensar que le pasaba algo. Charles se esfuerza por convencerse de que su relación siempre estuvo condenada al fracaso. No se entendían; no tenían gran cosa en común. Ella nunca le dijo que se divorciaría de su marido y nunca cambió de opinión, incluso después de confesarle que ella también le quería... No funciona."



Notadesde el capítulo doce, poner de fondo The Köln concert, de Keith Jarret.




2 comentarios:

  1. Esta novela se me hizo larguiiiiisima y hacia la mitad ya me había cansado un poco la obsesión de Charles por Laura, no sé, yo tenía muchas expectativas pero al final me quedé así así...

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  2. Ya, no es de esas novelas en que "pasen muchas cosas", tiene un ritmo más bien lento que sólo vas a disfrutar si lo que buscas en ese momento es una lectura más introspectiva. En todo caso una buena novela. Saludos.

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