Reproducción del aparato hecha por Paolo Soleri (ingeniero de minas). La imagen es cortesía de sus herederos. |
Cuando la pala del gambusino dio, con fuerza y estrépito, contra una superficie decididamente metálica, supieron al punto que habían encontrado algo, aunque al observarlo con cuidado no fueron capaces de precisar el qué.
Nunca sabremos el influjo real que dicho aparato pudo tener sobre el curso de la vida en aquella región, sin embargo es necesario mencionar que esa misma noche la señora Mellie —quien había disfrutado durante toda su vida de una salud irreprochable—, murió sin más sobre las colchas de su cama. Tenía entre las manos la foto de un hombre joven que nadie conocía, un hombre que los observó a todos con indisimulado reproche, como si al extender los dedos de la señora Millie para retirar la foto se hubiese roto un hilo irreparable.
Esa misma noche, además, nacieron un par de niños y una cabra. Nacimientos que, valga aclarar, no eran esperados por nadie.
El aparato fue trasladado a la oficina del sheriff donde ha permanecido desde entonces. Ante la imposibilidad de clasificarlo —ante el temor de que la aparición de un aparato raro en las entrañas de un pueblo inminentemente minero ahuyentara a los inversores o disminuyera el ímpetu colonizador de quienes decidían atravesar sus fronteras—, se tomó la inusual decisión de no informar de su descubrimiento a las autoridades estatales.
Así lo confirma un documento no oficial (pero de valor moral según la costumbre de la época) firmado por el ministro del pueblo, el sheriff y el regente de la cantina.
Cuando la fiebre del oro tocó a su fin y el pueblo volvió a ser sólo un simple pueblo sin interés comercial ni turístico para ningún viajero, ya nadie prestaba atención al aparato ni recordaba la forma, intempestiva y dramática, con que había aparecido en sus vidas.
El paso del tiempo, el movimiento interno y natural de la vida cotidiana (las muertes, los nacimientos, los cambios administrativos, los pequeños desastres naturales y privados), no han ejercido sobre el aparato ningún influjo relevante a destacar. Permanece en la misma habitación donde se le puso hace más de cien años integrándose a la comunidad y ejerciendo sin reproches de ningún tipo como sostenedor de archivadores, perchero para los sombreros, generador de humus para las plantas y, en las ocasiones en que la nieve endurece ostensiblemente los días invernales de aquella zona, también como estufa.
Tal vez, la única queja que corroa la mente de los vecinos con respecto del aparato, sea que de tanto en tanto (puede que cuando extraña el contacto de la roca fría contra su delicada piel de metal), emita durante horas un bip-bip desafinado e intermitente, muy similar al de las impresoras IBM estropeadas o al de las ruedas de una carreta sin engrasar."
("Inventario de objetos aparecidos o desaparecidos;
Efecto de su presencia o ausencia en el entramado social", página 49, 1975)
Editorial Pequeños Mecanismos
Lo extraño, cuando resulta inexplicable, acaba siendo asimilado por pura supervivencia emocional. La vida continua como si nada hubiera pasado. Sin preguntas. Sin complicaciones. En la apacible calma de la ignorancia deseada. Un gran texto.
ResponderEliminarEsa parece haber sido la decisión de los habitantes de Mokelumne Hill; la calma mejor que el sobresalto y el escándalo...definitivamente es un lugar donde me gustaría mucho pasar una temporada. Me alegra que el texto te gustara...a ver dónde cae el próximo objeto aparecido o desaparecido :)
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